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Valentina Ramona de Jesús: La Biología de las Sombras

Valentina Ramona de Jesús: La Biología de las Sombras

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COMPOSICIÓN DE SOMBRAS
SOBRE UN MURO DE LEHM

De vez en cuando el hombre-poema hunde la pala,
revuelve la mezcla de suelo franco. Lo escucho
entre la luz de las ramas, entre el silencio de la brisa
de Mayo; barre las hojas, amontona las piedras, cava
pequeñas tumbas para las semillas. Si su quehacer
es errático es porque no importa si el muro es un
cerco o una casa. Una biblioteca. Menester son las
distancias que su trabajo abarca: el diálogo con ese
que habita en la paja, empuñar el adobe como si
atravesando la historia, esparcirlo, aplanarlo, pulirlo
con el cuidado de quien abraza a un viejo amigo,
con la nobleza del Télemaco que le reclama a su padre
los años de ausencia. Menester es revivir en el cuerpo
el otro cuerpo, buscar ese antiguo silencio, tocar
con la tierra la voz de la sirena, fijarla como el tulipán
fija el viento, sin interrumpir su lenguaje. Cuando la
espátula se calla, cuando el sol ya ha tostado el barro,
el hombre-poema señala un árbol o una ruina
para hablarme de su duelo. Allá, en el litoral del cielo, detrás
del impensable amarillo de la colza, esa sombra. Aquí,
en esta tierra, los ojos no se cansan. Así de súbito mueren
aquí los hombres. Así de extenso su recuerdo.

SOBRE EL HIDRÓXIDO DE CALCIO Y
LA CONSTATACIÓN DE LA EXISTENCIA
DE DIOS

En el lugar de las palabras, el hombre-poema
tiene gestos. Manos que bailan como luciérnagas
y levantan el mundo de su infinita noche. En el lugar de
las palabras, el hombre-poema pica las paredes
estucadas, revoca las capas de cal muerta y las extiende
sobre el suelo para estudiarlas. Me dice: «También
la superficie puede ser historiada.» Puede periodizarse,
catalogarse en pilas diferentes dependiendo
de sus componentes básicos, del tiempo que lleve
cubriendo la tumba, de cuándo fue por última vez
tocada por el padre. En el lugar de las palabras,
el hombre-poema organiza la arcilla para recomponer
un cuerpo; husmea la cal con sus uñas, leyendo
los exiguos restos como evidencias de una antigua
existencia. Un terco atesoro a lo visible levanta
de la noche lo que la muerte no se lleva, es capaz
de hacer del misterioso calor del hidróxido
de calcio, un padre. En el lugar de las palabras,
el hombre-poema tiene estrellas negras o actuaciones
sembradas sobre la planicie del desierto de la página.
El globo es una fachada que también es un rostro
y la voz otra yace allí como en el negativo de la foto.
En el lugar detrás del detrás de las palabras, quedo yo
y expuesto el intercalado de rojos del ladrillo que como
las fibras de un músculo, avisa si acaso es posible abrir
en aquella pared, una nueva puerta o una ventana.
EL ATLANTE

Después de diez años en el desierto de La Tebaida,
el hombre-poema regresa a su pueblo. Él también
es hermoso y plano. También sus infinitas calles
son laberintos. También su extensión encierra
como una lengua. Del destierro, el hombre-poema
ha traído consigo la locura —el peso de la profecía—,
y una ceguera de ver tanta ausencia. Viene en busca
del olvido. Ha regresado para eso. Y tanta es su hambre,
tan ingenua, que entrega sus armas antes de cruzar
el umbral de la puerta. Pero el campo de la infancia
ya no es lo que era. La luz ha instalado aquí también
sus sombras; hay huecos en el aire, huecos en las mesas,
huecos con nombres de otros hombres, fruta podrida
en los viñedos. Las aves se posan sobre las madres
como sobre caprichos en medio de los jardines.
¡Qué elegante puede ser la arquitectura al describir
la ruina! El hombre-poema se ubica debajo de los huecos
como bajo el marco de una puerta y se empina
para llenar el espacio que antes llenaba un carpintero.
El hombre-poema pone su oído en pecho
de la piedra, la mujer sonríe, lo besa. Ella también
carga la suavidad del que ha regresado de la guerra.

LAMENTO DE LA CARIÁTIDE

Un nudo en un músculo que ya no existe. Él,
dolor de los nervios en un miembro amputado.
Un fantasma. El hombre-poema es la historia
que se escribe a ciegas. Que ausculta los signos
como a un tatuaje, los lee con el tacto. Masajeo el nudo
de mi piel donde el fantasma. El hombre-poema que es pura
realidad, pura materia. Espectral y concreto como el hormigón
de nuestra casa. Contemplo la historia desde dentro de ella.
Una tormenta pasada que no pasa; me lleva, me hunde,
me arrastra. El claroscuro de la historia, el teatro
de las ambigüedades. Todo fuera de foco, el terror
de nuestra casa. El hombre-poema lleva los negros
signos inscritos en el cuerpo. Estoy a ciegas, mirando
con la palma de las manos. El hombre-poema es el eterno
afuera del adentro. El desastre. Ya sentada en la veranda
ajena, ya lejos de la aldea, de la catástrofe, me volteo
hacia la historia y los signos reviven como muertos,
hacen de mí de nuevo ese cuerpo, entero, sufriente.
Escribir es habitar de nuevo. Dolor de un miembro
fantasma. «Put it in your mouth», me dice. «My phantom limb»,
me dice. Para que te atragantes. Para aliviar el dolor
de lo que se ha perdido. El poema es una espalda.
Es el rostro que cargamos en la espalda. El verdadero
rosto que permanece oculto a nosotros, nuestro doble,
el re- spectrum. El rostro de atrás. Él que obliga a mirar atrás.
Miro al hombre-poema desde lejos, su espalda, su rostro
oscuro, opaco. Signo indescifrable. Nublado. Todo fuera
de foco, atravesado por un alarido sin origen, alguien
que grita desde una esquina invisible, afuera
de la imagen. Paso mis manos por sus tatuajes.
Le chupo los signos, la sangre de la historia.
Leo con la lengua el sentido del miembro
fantasma, el sentido de lo que se ha perdido. La historia
está en lo elidido, en el grito que atraviesa la calle
a oscuras. En las cigarras, los rumores
de un pueblo, sus ronquidos. La calle quieta,
agitada. El grito de ella, la que mira lo perdido.
La que no se encuentra en los límites
de un nuevo mundo, de su nuevo cuerpo. La que
lejos de la aldea aún se soba el nudo del dolor,
de lo que es sin estar. Un martilleo: aquel recuerdo
que se instala como presencia, ella se soba su miembro
fantasma y no, nada, no regresa la pierna, y tampoco
se ha ido. Se vive afuera y es afuera donde duele. Él,
hombre-poema que se va y aún sigue. Esa casa
donde los signos solo toman sentido junto a la mano,
en el terrible silencio de la cueva garganta. La casa
que se va y aún sigue. La mujer que se va
y aún sigue. Y ese dolor del nudo. Dolor de lo perdido.
Ese río que fluye y no apacigua. Que no calma. No baña.
No sana. Arrastra. Es puro caudal, puro llanto,
puro grito. Concreto y espectral es el hombre-poema.
Ese río dolor de nudo de miembro fantasma. Ese río
memoria, río escritura, río sucio, río ciego. Palpable.
Ese centro que es la historia se esconde, se escapa,
viaja en el caudal, se va y aquí el dolor del fantasma.
Allí se baña el hombre-poema. Las aguas hablan
su baile. Su miembro invisible en mi boca y yo
arrastrante por esa maleza de la historia
donde lo importante es negro, oscuro, vedado,
es grito entre las sombras, y lo único decible es ese grito.
Todo lo elidido es lo importante; la mujer que se arrastra,
el cuchillo en la espalda, el cuerpo sepultado
bajo el río del lenguaje. Quién entiende ese grito
sino el animal, el asesino. Quién escucha ese murmullo
bajo el río, a ese hombre-poema que cae
entre las sombras y allí vive, ese rumor punzante
de las cigarras, esa calle de noche hablando
en silencio. Nadie más escucha el pum, el cuerpo
oscuro, los signos vedados, el ladrido, el sonido
de lo que cae; la madera y el hombre-poema,
el chupar de la sangre, el ruido del auscultar
con las manos los signos muertos, el intento
por darles sentido, el asomarse a orillas
de la vida, y el río del lenguaje que brota y
se desborda, pum, el hombre poema en ese río,
se va, se pierde, y yo, asomada. Un nudo.
El dolor de los nervios de un miembro
amputado. El hombre-poema amputado. El dolor
de un miembro fantasma. Que se va
y permanece. En el lenguaje descaudalado,
el dolor de la escritura, del grito. Mi fantasma
sobre el río, el grito que no para. El río del dolor.
El lenguaje. El silencio que se va instalando
de nuevo, otra vez carcomiendo, y otra vez estalla,
desborda el dique, y se va, se queda, fluye,
el lenguaje. Dolor de hombre fantasma.

 

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